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27 Oct

EL NIÑO DEL VIOLÍN - Crónica de toda mi infancia en la música

Publicado por Sergito  - Etiquetas:  #Crónicas personales

Que ¿cómo me interesé por estudiar música? Muy fácil. Mi hermana tiene toda la culpa. Ella entró un año antes que yo, para estudiar piano y así seguir los mismos pasos que mi padre. Bueno en realidad ella iba a ser la violinista, pero no hubo profesor de violín ese año, y eligió piano para no perder el año, como mi padre. Un día, mi hermana empezó a delirar con una euforia, una emoción y como si de una experiencia única se tratase, sobre las pruebas auditivas que te hacen para ver si estás capacitado para entrar en el conservatorio de Cartagena. Claro, yo tenía siete años, mi mayor afición por aquel entonces eran junto a los dinosaurios, los juegos de ordenador, ya me entendéis, botones por aquí, botones por allá... (¡pulsa! ¡pulsa! ¡dale! ¡dispara! ¡ahora! ¡muere! muere!). Pues claro, en cuanto mi hermana me planteó el siguiente escenario: "Te encierran en una cabina a oscuras, te colocan unos auriculares donde escuchas un pitido continuo de fondo, y te dan un mando con un botón para que lo pulses cada vez que oyes una alteración en el pitido".

Algo así pero explicado de manera más "guapa", perfecta para persuadir a un niño de siete años enganchado a pulsar todos los botones de la casa.

-       Mamá. Yo quiero ir al conservatorio - Le dije un día a mi mamá.

-       Vale hijo, el año que viene te apuntamos - Respondió.

-       ¡Bieeeen! ¡Voy a darle al botón! - Exclamé emocionado.

Pasaron los meses, y por fin se abrieron de nuevo las plazas para inscribirse en el conservatorio de Cartagena. “¡Pronto podré meterme en la cabina del botón!”.

Un día, mi papá me llevó a un sitio, donde te hacían las pruebas auditivas. Pruebas de reflejos con el sonido, tonalidades, frecuencias, y algunas más que eran un aburrimiento. Yo quería la tan ansiada cabina oscura del botón.

Y llegó el gran momento:

-       Pasa ahí dentro, Sergio. Siéntate y ponte esos cascos. Coge ese mando. Escucharás un ligero pitido como si lo oyeses a varios metros de distancia. Cada vez que escuches un "bip", pulsa lo más rápido que puedas el botón - Me explicó la especialista.

- "¡Si si si si!" - Pensaba yo. Ingenuo...

 

piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii(¡bip! "¡Ahora!")iiiiiiiiiiiiiiiiiiiii(¡bip! "¡Ya!"iiiiiiiiiiiiiiiiiiii ¿Eso ha sido un bip? ¡Bueno yo le doy por si acaso!) iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii¡ (bip! ¡bip! “Ostras ¿he oído uno o dos? Bueno pues dos veces le doy, ¡toma toma!) iiiiiiiiiiiiiiiiii..... GAME OVER.

-       Ya puedes salir, Sergio. - Dijo la especialista mientras me abría la puerta de la cabina.

-       "¿Que ya se ha acabado? ¿Medio año esperando para una prueba de un minuto?" - Pensé frustrado.

Ya en casa...

 

-       ¿Has visto las pruebas qué chulas son? – Me recordó mi hermana.

-       ¡Pues no era tan guay como tú decías hermana! - Le reproché.

"Ojalá que no pase las pruebas" - Pensaba desde entonces cada noche.

Y llegó el día que iba a cambiar mi vida…

-       Sergio, has pasado las pruebas, ¡puedes ir al conservatorio! - Me dijo mi papá emocionado.

-       ¿Seguro?... ¿Seguro que no se han equivocado? – Respondí muerto de miedo.

-       ¡Qué bien! ¡Aprende flauta travesera!, hermano, ¡que está chulo!

-       “¡A ti no te hago más caso!” – Pensé mientras le lanzaba una mirada inquisitiva.

-       Podrías aprender violín, que ya que tu hermana se lo compró y no pudo estudiar porque falló la profesora pues así aprovechas. – Dijo mi mamá.

-       Bueno dejadlo que se lo piense unos días hasta que yo traiga las hojas de la matrícula. - Dijo mi papá para calmar un poco la euforia de la casa.

No tenía ni idea de qué instrumento quería tocar, me pasaba las noches pensando en qué instrumento iba a ser el que iba a estudiar. Pero habían muchos para elegir.

De todas formas, no lo tenía muy difícil. Teniendo en cuenta mi estatura, sabía que por lo menos ni el violonchelo, ni el contrabajo, ni la tuba, ni la guitarra española podría escoger. Después descarté los más feos, que no me gustaban al verlos, el fagot, la trompa, el clarinete, el oboe y la flauta travesera. Aparte que en todos esos se pulsaban “botones”, no quería saber nada más de botones en la música. Pensé en el trombón, es un instrumento de viento de metal, pero que se toca con una varilla que se extiende hacia adelante y hacia atrás.”Diablos, que complicado, ¿aquí cómo se acierta cada nota?”. No tardé en descartarlo. El piano, no, ya están mi hermana y mi papá.

El violín. Qué bonito es. Qué instrumento tan importante en la música. Qué protagonismo que tiene. ¡Pero no tiene trastes como la guitarra española! Dios mío…

-       Sergito, vamos a rellenar el formulario, me tienes que decir que instrumento quieres aprender. - Dijo mi papá con el bolígrafo bic y las hojas en la mano.

-       ¡Quiero tocar el violín!

Así fue, si.

            Entonces comenzó a pasar factura mi ingenuidad. Ya no podía quedar con mis amigos después del colegio para jugar al futbol. Por culpa de eso, no tenía práctica con el balón y acababa siempre siendo uno de los últimos en ser elegido a la hora de hacer los equipos.

            El primer día de clase de solfeo, acabé llorando porque todos se rieron de mí (ahora me estoy partiendo el culo). Porque el profesor nos hizo rellenar una hoja con nuestros datos personales, y yo con siete años no sabía qué era localidad:

-       Profesor, que yo no sé cuál es mi localidad. – Le dije desde la última fila.

-       En tu localidad, tienes que poner Cartagena, que es de dónde eres. – Me dijo.

-       Pero es que yo soy de La Aljorra…

-       Pero eso estará dentro de Cartagena ¿no?

-       No lo sé, yo solo sé que vivo en La Aljorra.

Ya se iban escuchando risillas, que me iban provocando unos calores y un nudo en la garganta de la vergüenza que estaba pasando:

-       Pero vamos a ver, ¿no sabes si has nacido en Cartagena?

-       No…

Risas de toda la clase. Jamás olvidaré la cara de la niña de la primera fila en la esquina, rubia de pelo por los hombros, bastante mona pero estúpida, con un jersey fino verde oscuro y una falda gris a cuadros que le llegaba por las rodillas, si, el uniforme del colegio de monjas, descojonándose, tapándose la boca para contenerse la risa.

Al final, las lágrimas se me saltaron, no sabía qué hacer, la impotencia de que yo era el único que no sabía si La Aljorra estaba dentro de Cartagena. Seguro que el resto tampoco lo sabían, porque todos eran de Cartagena, y seguro que la mayoría se conocerían de ir a los mismos colegios. Pero nadie sabría ni donde estaba La Aljorra. O alguien lo habría dicho.

Mientras el profesor ponía orden en el escándalo, otra niña, también con uniforme del mismo colegio de monjas, se dio la vuelta para ayudarme a descifrar tal incógnita. Ella y la niña que había a su lado fueron las únicas que no se rieron. No me olvidaré de su cara.

Finalmente, puse Cartagena porque ella me lo dijo. Y temblé durante varias semanas por si me había equivocado en mis datos y suspendía por eso.

En cuanto llegué a mi casa, lo primero que hice fue preguntarle a mi papá donde coño estaba La Aljorra, y qué era localidad.

Los años iban pasando, y yo estaba hasta las narices del conservatorio, no podía quedar con mis amigos después del colegio, salía del conservatorio entorno a las 9h de la noche, y no llegaba a casa hasta pasada las 10h, sin cenar y sin haber hecho los deberes. Hay como unos tres cuartos de hora en coche desde Cartagena hasta La Aljorra. Eso lo solucioné gracias a un bar que había en frente del conservatorio, donde cargaba con mi mochila del colegio y mi violín después de las clases, y allí me metía con el escándalo de la gente con el fútbol, el telediario o lo que estuviesen retransmitiendo, mientras yo hacía en una mesa mis deberes, esperando a que mi papá o mi mamá, según a quien le tocase recogerme, viniese a buscarme. A veces se hacían las 10h de la noche, porque tal vez tenían que comprar al Carrefour (entonces se llamaba Continente) y se les hacía tarde, y yo aprovechaba y cenaba en el bar, fue allí donde descubrí la magra con tomate. Los bocadillos de magra con tomate eran mi premio después de una tarde larga, aburrida y desesperada por poder volver a casa. No por nada, sino porque allí no tenía amigos con quien hablar. No habían niños en el bar a las 9h de la noche. Con el tiempo, hice amistad con la dueña del bar. Y a veces me regalaba los bocadillos de magra con tomate si no llevaba dinero.

Recuerdo también que algunos domingos nos íbamos a la casa de campo de unos amigos de mis papás, tenía que llevarme los deberes de solfeo porque no iba muy bien en ese tema, mi papá me lo ordenaba, y mientras que los hijos de la otra familia jugaban por las montañas, yo me quedaba sentado en una mesa de madera rústica, al sol, haciendo mis deberes, sin poder irme a jugar con los otros niños hasta que no terminase de hacer de memoria la tabla de las tonalidades. Disminuida, Menor, Justa, Mayor, Aumentativa, coloca todos los tonos en las siete notas según la columna que fuese, qué es un grupeto, qué es un mordente, qué es un tresillo, ¿qué es la armonía?, ¿qué es la música? (una mierda entonces) Escala dórica, jónica, corintia, orden de los sostenidos y de los bemoles de memoria, cálculo de tonalidades entre la tónica y la justa, y un largo etcétera de ejercicios. Como me acuerdo todavía. Hasta que no terminaba, no me podía ir a jugar. Tenía 10 o 11 años.

Seguían pasando los años, aprendiendo violín, porque no tenía otra alternativa. Ya en diferentes ocasiones les dije a mis papás que no quería seguir estudiando en el conservatorio. Ellos me decían que tenía que seguir, porque así podría ser algo en la vida. Si, iba fatal en el colegio, aprobaba pero por los pelos, pero eso a un padre que ha estudiado farmacia, no le vale.

Traté de que me gustase, escuchando grupos de música, pero no conocía ninguno en aquellos años donde se escuchara un violín. Y ya pensaba que el violín era solo cosa de la música clásica, que no valía para otra cosa. A pesar de que la mayoría de mis profesoras de violín terminaban regañándome, porque no practicaba suficiente en casa, acababa ganando los primeros premios en todas las audiciones y certámenes. De cara al público, era una apisonadora que me comía a cualquier violinista de mi nivel. En otras palabras, era un vago, pero cuando me ponía en serio, estaba hecho para tocar el violín. Aunque no me terminara de gustar.

En las audiciones conocí la obra de Vivaldi, el concierto en La menor. Me hipnotizó, una obra larga, alegre, llena de pasajes rápidos. Yo tenía que tocarla algún día, y esa fue mi única motivación por seguir, poder llegar a  tocar el concierto en La menor de Vivaldi. Era la prueba, el reto que daba todo violinista para llegar a un nivel considerable. Ahora la escucho y no es tan gran cosa la obra, pero cuando la escuchas con solo 12 años, crees que eso solo saben tocarlo los mejores.

Gracias a los buenos resultados, me dijeron que iba a tocar con la orquesta del conservatorio, así lo hice durante dos años, fue muy divertido, y eso hizo bastante por sentir cada vez mayor pasión por el violín. Ahora era cuando realmente me gustaba el violín.

Y llegó el reto. El plan antiguo iban a reemplazarlo por el nuevo plan de estudio, ahora ya no era 1º, 2º, 3º… hasta 8º de violín. Ahora era grado bajo (o como se diga), grado medio y grado superior, cada grado estaba formado por tres o cuatro años. Yo estaba en el último año de grado bajo, lo que equivalía a 3º del plan antiguo. Todos los violinistas de mi curso teníamos que hacer la prueba para poder pasar al plan nuevo. Y la prueba era, si, tocar el concierto en La menor de Vivaldi, acompañado con piano, frente a tres profesores de violín y de memoria. Tres hojas enteras de pentagramas tocados de memoria. Se me calló el mundo. Sabía tocarla, ¿pero de memoria? Pero la profesora que tenía entonces me ayudó mucho moralmente.

Llegó el día del examen. Acojonado al principio, tres profesores delante de mí, sonriendo, para mostrar confianza, pero eran profesores al fin y al cabo. Tras tocar las dos primeras piezas previas a la obra de Vivaldi, llegó el momento. El pianista se acopló al piano de cola, me desprendieron de mi atril, y comencé a tocar, a volar, a sentir, a disfrutar, a poder decirle a todos esos profesores y a mis compañeros que allí estaban presentes al final del aula, lo mucho que quiero el violín. Cuando acabé y salí del aula, una de mis compañeras se me acercó y me dijo:

-       Perdona si suena un poco fuerte, pero te ha salido de puta madre.

Después, el enemigo que parecía muerto, se levantó, prueba teórica de solfeo, yo no sabía que había otro examen más, la hemos cagado. ¿Recuerdan todo lo que hacía los domingos en la casa de campo de los amigos de mis papás? Pues eso y más. Respondí sin saber, ya no me acordaba de nada, había estado muchos meses sin practicarlo porque ya no daba solfeo desde hacía un año por lo menos.

Resultados finales. Nota media, un 5,5. Se me saltaron las lágrimas por la impotencia, creía que me había salido mejor el examen de violín, mis compañeros me lo decían. Miré el resto de puntuación. Un 1,5 en el examen de solfeo, un 10 en el examen de violín, pasaba a grado medio.

Estuve un año más, ya lo tuve que dejar, pues ya entraba al instituto y no era lo mismo que el colegio, además que tuve algunos problemas personales que me afectaron mucho y no pude levantar cabeza para seguir con el violín. No estudié lo suficiente y por eso suspendí, y ya fue el retiro definitivo del conservatorio.

 

Me he dejado bastantes cosas en el tintero, pero tampoco creo que sean indispensables de mencionar, solo serviría para darle más drama al asunto. Ahora me acuerdo de todo, y la verdad. No me arrepiento. Siempre me ha gustado más la música que el fútbol. Y cada vez que alguien me dice:

-       Qué suerte que hayas podido estudiar solfeo, puedes hacer canciones.

Se me esboza una sonrisa, de un flechazo se me pasa por la cabeza todo lo que acabo de escribir, y le digo:

-       Si, la verdad es que es una suerte. Y a pesar de todo, no me arrepiento. Pero si te sirve de algo, el solfeo solo sirve para leer la música. Todo el mundo puede tocar música. Solo hace falta ganas, constancia y oído. Y yo estoy ahí para ayudar a quien quiera aprender.

Señor… lo que puede llegar a hacer el capricho de jugar en una cabina para pulsar un botón… Así pasó, así fue, tal cual como lo cuento.

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D
<br /> Y tocar el violin por tener uno comprado es casi mejor que la prueba de audiometria<br />
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V
<br /> No sabia ke era por lo del botoncito ke habias estudiado musica jeje, bonita historia de tu infancia :P<br /> <br /> <br />
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S
<br /> Bueno a ver, jajaja, a mi siempre me había echo ilusión estudiar música, pero digamos ke lo de probar el botoncito de la cabina oscura fué el trampolín que me hizo dar el paso xD<br /> <br /> <br />
E
<br /> es que cuando tu te emperras con algo tela...xDDDD<br /> <br /> <br />
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S
<br /> <br /> Ya... ya lo sé xD<br /> <br /> <br /> <br />

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