ENTRE EL ORO Y LA MUERTE - Escena 12
La búsqueda había fracasado, no había encontrado a Judith en ninguno de los saloons de Deadwood. Decidió dejarlo por momentos y esperar a que Paula llegara. Tras beberse un vaso de whisky, se acercó a una de las mesas donde tres hombres jugaban al póker, para distraerse contemplando la partida. Uno de ellos se percató de su presencia:
- ¡Eh amigo! ¿Sabes jugar al poker?
- ¿Quieres que te enseñe? – Respondió vacilante.
El hombre rió a carcajadas, después invitó a Sergio a que se uniera a la partida:
- Compra fichas y veremos a ver si no soy yo quien te tenga que enseñar.
Sergio fue a la barra y cambió varios dólares en fichas, se acopló a la mesa echando un ojo a cada uno de aquellos individuos. Se percató de que el hombre que se le había dirigido, le era familiar, pero no lograba recordar la causa. Encendió un cigarrillo mientras repartían las cartas, después puso una de las fichas en el centro de la mesa junto a las del resto de jugadores, y la partida comenzó. Todos estaban concentrados en sus cartas. Sergio se dedicaba más a vigilar el entorno por si se presentaba Paula, o incluso Judith.
Después de muchas partidas, aparecieron un grupo de hombres bastante bien armados entre la multitud. Daban la impresión de que buscaban a alguien entre los presentes. Sergio los miraba de reojo y perdió interés en el juego. Los cuatro tipos se fijaron en el hombre que había invitado a Sergio a unirse a la partida, y se acercaron a la mesa, situándose tras la espalda de éste. Sergio los tenía de frente:
- Dicen que hay precio por tu cabeza. – Le susurró uno de ellos al oído.
A pesar del alboroto que había en el saloon, se escucharon perfectamente en la mesa sus palabras. La cara del jugador que estaba de espaldas a él, se transformó primero en sorpresa y luego en pánico. Se había quedado completamente paralizado y el sudor que le caía por la sien lo testificaba. Miró a Sergio, suplicándole ayuda con los ojos. Los otros jugadores también se quedaron sin mover un dedo y asustados por la sutil amenaza de las palabras de aquel extraño. De repente, Sergio calló en la cuenta de quién se trataba aquel hombre que estaba entre la vida y la muerte, Gonzalo, uno de los miembros de la banda de Gito. Y estaba a punto de morir por un revólver que tenía apretándole contra la espalda sin que apenas se pudiese ver. Al ver peligrar parte de los diez mil dólares, no se lo pensó dos veces y saltó de la silla. Asomó con total destreza y rapidez el Remington bajo los flecos del poncho y disparó cuatro veces seguidas. Los cuatro hombres cayeron muertos al suelo sin tiempo a reaccionar. Paula surgió tras los cuerpos caídos, completamente atónita de lo que acababa de ver. En cuanto Sergio la vio, fue hacia su encuentro:
- Corre, vuelve al hotel. Luego te lo explico. – Le ordenó a Paula, que en cuanto se recobró del shock por la matanza que había contemplado, obedeció y salió del saloon.
Gonzalo hizo lo mismo y saltó por la ventana que tenía al lado, no sin antes hacerle una señal a Sergio para que lo siguiera. Mientras la gente se preguntaba qué había pasado y quién había matado a esos cuatro hombres, Sergio salió por la puerta de entrada para no levantar sospechas. Rodearon el edificio hacia la calle de atrás, donde había varios caballos. Robaron dos y salieron al galope de la ciudad. Cuando ya estaban lo suficientemente lejos de Deadwood y comprobaron que nadie les seguía, se detuvieron:
- Gracias amigo, me has salvado la vida.
- No tienes que darlas. Tengo mis razones cuando hay que disparar.
- Es sorprendente lo rápido que eres. A Gito le encantaría tener a hombres como tú. – Alabó Gonzalo.
- No me importaría conocerle. – Fingió Sergio.
- Si necesitas dinero. Puedo hablarle de ti, estoy seguro de que no pondrá impedimentos para que te contrate. Ya sabes… - Trató de explicar con indirecta.
- Si. Tengo que pensármelo antes de tomar una decisión.
- A pocas millas de aquí, hacia el este, hay una pequeña cantina que la lleva una familia mexicana. Si te decides, pásate por allí y hablaremos mientras desayunas con nosotros. Mañana, antes de que salga el sol. Piénsatelo bien, dudo que volvamos a encontrarnos.
- El mundo es un pañuelo. Pero lo tendré en cuenta. - Respondió Sergio.
Gonzalo montó de nuevo en el caballo robado y se fue al galope. Sergio contemplaba como se perdía entre la distancia negra de la noche, y le rondó la idea de si pegarle un tiro o dejarlo ir. Gonzalo le acababa de ofrecer la posibilidad de trabajar en la banda, y esa sería una excelente oportunidad para poder seguir sus pasos y cazarlos a todos al mismo tiempo. Volvió de nuevo a Deadwood, antes de ir al hotel, dejó el caballo donde lo había tomado prestado:
- ¿Estás debrallado? – Exclamó Paula cuando Sergio le contó lo sucedido.
- No eres la primera que me lo dice.
- Si aceptas la proposición, no podrás encontrar a tu amiga, porque tendrás que estar desde ese momento con ellos. ¿O crees que te dejarán estar donde tú quieras sin conocerte?
- Tienes razón. - Le reconoció. - De todas formas, tal vez me pase a saludar. Tengo ganas de verle la cara a Gito.
- Te acompañaré.
- Es preferible que no, podrían descubrirte. Y no deben saber quiénes son mis amigos. – Excusó Sergio.
- ¡Chale! – Exclamó Paula como protesta.
- ¿Has hablado con Seth Bullock? – Preguntó para cambiar de tema.
- Si. Me ha dicho que Gito está asaltando y matando a gente que vive en pequeñas chabolas y granjas de las afueras de Deadwood. – Explicó Paula.
- Por lo visto, no se atreve a entrar en la ciudad.
- No sabemos dónde se esconden. Si no vienen por la ciudad, ¿cómo vamos a procurarle?
- No te preocupes, me enteraré. Ahora voy a dormir, mañana temprano tengo una cita con Gito.
Paula se despidió antes de irse a su habitación. Tras cerrar la puerta, Sergio se hizo un cigarrillo en el balcón de su habitación. Mientras fumaba, contemplaba las estrellas, al tiempo que pensaba en Judith. Estaba preocupado, temía que le hubiese sucedido algo, aunque sabía que podía cuidarse sola. Y más cuando recordó que, en una ocasión, se libró de una muerte segura gracias a Judith. No se conocían entonces, pero su aparición fue crucial para que él pudiese estar vivo. Trataba de no recordar aquellos momentos tan angustiosos, pero a veces le era inevitable. Tras terminarse el cigarrillo, volvió al interior de la habitación y se metió en la cama.