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19 Feb

ENTRE EL ORO Y LA MUERTE - Escena 7

Publicado por Sergito  - Etiquetas:  #Historia: "Entre el oro y la muerte"


      A la mañana siguiente, Judith se despertó muerta de frío. Trató de apretar las mantas contra su cuerpo hecho un ovillo para generarle calor y así conciliar de nuevo el sueño. Abrió los ojos ensoñiscados y miró a Sergio, esperando encontrarlo metido en su cama, pero no estaba. Se enderezó para ver si estaba por la habitación y lo encontró vestido mirando por el ventanuco. Éste le dio los buenos días:

-    Lo mismo digo. - Respondió ella, y se dejó caer bruscamente sobre la almohada.

-    Levántate. Tenemos trabajo.

      Judith siempre se malhumoraba cada vez que escuchaba aquella frase. Deseaba que alguna vez, Sergio la recibiera con un poco más de tacto, en lugar de saltar directamente a la faena. Echaba de menos un poco de mimo, y a veces se preguntaba si para Sergio existía esa palabra en su cabeza o es que no tenía ni idea de cómo convivir con una mujer. Lo cual la ponía de mala leche cada vez que amanecían juntos. Se cubrió con las mantas hasta la cabeza como negativa, y protestó:

-    ¿Trabajo? ¡Pero si acabamos de atrapar a uno! ¿Qué hora es?

-    Son casi las siete, y el dueño quiere que bajes antes de que lleguen los clientes.

-    ¿Será desgraciado?… - Murmuró bajo las mantas.

      En cuanto aparecieron por las escaleras, el dueño, tras darles los buenos días, les invitó a que se sentaran en una de las mesas mientras terminaba sus tareas parar abrir el saloon:

-    Enseguida os traeré algo para comer.

      Judith lo siguió con mala cara, hasta que se perdió dentro de la cocina. Entonces se volvió a Sergio:

-    Bueno. ¿Y quién es el próximo al que tenemos que coger?

-    Gito y su banda. – Respondió mientras se liaba un cigarrillo.

-    ¿Estás de broma verdad? – Alucinó Judith.

-    No.

-    Pero, ¿no estaba en una cárcel de Oklahoma?

-    Sí, pero escapó. ¿Te animas a buscarlo? – Preguntó Sergio.

-    ¡Ni de coña! – Respondió convencida.

      El camarero interrumpió en la mesa con dos platos de guiso de carne y sendas jarras de cerveza para cada uno. A Judith se le abrió tanto el apetito cuando captó el olor que desprendía el guiso, que se lanzó a engullírselo como loca, olvidando la conversación sobre Gito. Sergio contemplaba la voracidad con la que se llevaba cada cucharada a la boca, preocupado por cómo iba a convencerla para que lo ayudase a capturar a Gito. Terminó de liarse el cigarrillo y lo echó al bolsillo para después de la comida:

-    Vamos Judith. Sólo ésta vez, hazlo por mí y no por el dinero.

-    Antes prefiero revolcarme sobre una montaña de estiércol como los cerdos. – Respondió con la boca llena. Agarró la jarra de cerveza y bebió como si le fuese la vida en ello.

-    Diez mil dólares. – Añadió Sergio.

      Judith no pudo evitar escupir la cerveza tras escuchar la cantidad que ofrecían. Con la mitad del dinero podría estar sin dar un palo al agua durante varios años. Se olvidó del plato y miró asombrada a Sergio. Y tras unos segundos, le dio la respuesta:

-    Te odio.

-    Así me gusta. – Alegó satisfecho, y se puso a comer.

      Después de comer, recogieron de la habitación todas sus pertenecías y le pagaron al camarero por el hospedaje y el servicio. Salieron a la calle y Sergio fue a la cuadra a buscar su caballo, entonces se acordó que Judith también tenía uno cuando partió hacia el pueblo:

-    ¿Dónde está tu caballo? – Preguntó intrigado.

-    Pues verás. – Intentó explicar. - Como me resignaba a ser carne de cañón con los clientes del parlor house, pues no me quedó otra que entregar mi caballo por el pésimo trabajo que estaba haciendo, o me echaban. – Respondió avergonzada.

-    Vamos a recuperarlo.

      Cuando llegaron al parlor house, Sergio le pidió a Judith que esperase fuera, no quería que nadie sospechara que trabajaban juntos. Iba a protestar porque se sentía responsable de haber perdido a su caballo y si alguien tenía que hacerlo debía de ser ella, no quería que nadie le solucionase sus problemas, pero se retractó cuando recordó que se había escabullido en horas de trabajo y que su presencia no le haría ninguna gracia a la Madam.

      Un rato después, Sergio apareció de nuevo. Judith corrió a preguntarle si lo había recuperado. Sergio le dijo que si, aunque reconoció que no fue fácil:

-    Al principio se negaba, pero luego le dije que si no me daba el caballo, les daría a todas las chicas que tiene trabajando el suficiente dinero para que pudiesen buscarse la vida en otra cosa. No le ha quedado más remedio que aceptar.

-    Qué astuto es usted. – Respondió con sarcasmo.

-    Vamos a buscarlo. Está en una cuadra no muy lejos de aquí.

      Tras recuperar el caballo, Sergio se pasó por la oficina del sheriff para conseguir más copias de los carteles de Gito y la banda. Se los dio a Judith y le recordó el mismo plan de siempre:

-    Estos son los hombres que buscamos. – Le pasó los carteles. - Asegúrate de guardarlos bien, que nadie te vea con ellos o sospecharán. Hasta las paredes tienen oídos.

-    ¿Y dónde se supone que pueden estar?

-    El sheriff me dijo que los han visto cerca de la ciudad de Deadwood. Así que partirás hacia allí. El resto ya te lo sabes.

-    Si, si… - Interrumpió para que no se lo recordara. – Disfrazarme como una pobre mujer y pedir trabajo en el bodrio de putas que encuentre.

-    Yo procuraré llegar al anochecer. Si es cierto que están por allí, seguro que tramarán alguna faena. – Añadió Sergio.

      Judith dejó listo su caballo, con todas sus pertenencias y armas ocultas en mantas enrolladas en los costados del caballo, y partió sin demorarse más tiempo hacia Deadwood. Sergio contempló cómo se alejaba. Sacó su cigarrillo del bolsillo y se lo encendió. Reflexionó detenidamente sobre Deadwood, y recordó, que a no muchas millas de la ciudad, se encontraba el campamento de los Lakotas, donde estuvo hace tres meses. Después pensó en Aiyana, y se preguntó si estaría bien.



armas

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Acerca del blog

Entrar en mi Blog, es como encontrar cada noche y en el mismo rincón de un callejón sin salida, un baúl lleno de historias y pensamientos de un desconocido. Si lo abres con frecuencia, llegarás a conocerlo a través de sus palabras.