LÁGRIMAS EN EL CIELO - Por cortesía de Judika

LÁGRIMAS EN EL CIELO

 

 
      Son las 7:30 de la mañana. Estoy en la estación de Tokio, y me dirijo al tren de cercanías para ir a la universidad. Corro deprisa, ya que si no llegaré tarde. Gracias a Dios llegué a tiempo… Me siento al lado de la ventanilla, y miro a través de ella. Observo a la gente entrar y salir del vagón. Las puertas se cierran.  De pronto, oigo un estruendo enorme. Mis oídos estallan, mis huesos se rompen en mil pedazos. No siento nada, no oigo nada…

 
      Oscuridad.  Sólo veo oscuridad.

 
      En la lejanía, distingo una intensa luz que se aproxima lentamente cada vez más a mí. Miro a mi alrededor. Ya puedo ver, escuchar, tocar… Me siento como nunca. Ligera, viva…

               
      Pero todo lo que me rodea es fuego, humo y muerte. Cuerpos desmembrados, sangre por todas partes. No puedo observar más este caos. Es todo tan irreal y a la vez… tan real.

      Vuelvo a mirar a esa luz que me hacía sentir tan llena de paz, y veo un hombre, pelo entre negro y canoso, y ojos marrones con gafas. Es mi padre.

-     No tengas miedo, ven conmigo…

      No entiendo nada, pregunto qué ocurre, no recuerdo nada. Violentamente las imágenes vienen a mi mente. Me doy cuenta de que he sido víctima de un atentado, he sido una de las muchas víctimas.

Yo… ¿Por qué? Tenía una vida tan plena. Mañana cumpliría 20 años. Era tan feliz con mi familia, mi novio, mis amigas y mis buenos resultados como estudiante.

  
      Cojo de la mano a mi padre, y me adentro con él en ése pacífico resplandor. Es todo tan hermoso…  Mis dudas se despejan, mis miedos se disipan. Me siento feliz. Me siento libre…

Sigo a mi guía. El esplendor desaparece y me encuentro de golpe en medio de un cementerio, con mi ángel… Mi padre a mi lado, cogiéndome fuertemente de la mano. Entonces veo a mucha gente, a mis familiares, a mi novio… Faltaba una semana para que cumpliéramos cuatro años. Está triste, muy triste… Su cara está completamente descompuesta, no hace mas que sollozar mi nombre. Me acerco a su oído, y le susurro:

-     Mi amor, no llores... Me siento increíblemente bien aquí, me siento liberada…

      Él no deja de llorar y de gritar. Sin entender por qué me ha tenido que tocar a mí. Tras unos momentos, se calma. Pero de nuevo comienza a llorar, y a susurrar:

-     ¿Quién me dirá ahora esas palabras que tanto me consolaban? ¿Quién me sonreirá tan dulcemente que en el cielo pareciera estar su sonrisa? ¿Qué será de aquellas discusiones tontas sobre qué película iríamos a ver al cine con las que siempre acabábamos con un beso? Te echaré tanto de menos… Te amaba tanto…

      Se echa las manos a la cara y cae de rodillas. Cae desfallecido sobre mi féretro, y de nuevo empieza a llorar desconsoladamente. No sé qué hacer por él. No sé qué decirle…

Me arrodillo junto a él y le susurro:

-     Yo también te quiero, mi amor.  Nunca te olvidaré. Has sido lo más importante en vida, siempre lo has sido durante todos estos años de mi existencia... No me olvides…

      Le beso suavemente los labios y le rodeo con mis brazos mientras empiezo a recordar todos nuestros momentos juntos, una lágrima nace de mis ojos.  Me acerco a su oído y le susurro un “te amo”. Me levanto y tras su silencio por mis palabras, de nuevo comienza a llorar.

      Observo a mi madre y a mi hermana mayor. Están desconsoladas, abatidas. Mi madre llora en silencio, mira tristemente mi foto. Mi hermana llora rodeada por los brazos de mi cuñado. Mis amigos... Ninguno ha venido a despedirme, porque ninguno lo sabe.
Cada uno de los presentes arroja suavemente una rosa blanca encima de mi féretro al son de una triste melodía que no conozco. Y lo sumergen poco a poco en aquel profundo, húmedo y triste agujero. Y un ataúd vacío… Eso es lo que es. No encontraron la mayoría de mi cuerpo. Y lo que encontraron estaba irreconocible. Los pocos restos hallados son incinerados y las cenizas lanzadas sobre aquella playa de la cual estaba tan enamorada. Surge una brisa marina que los esparce por la orilla. Es un atardecer, tan hermoso… No sé si lo volveré a ver…

 
      Han pasado ya tres años desde aquello, y aún observo como mi amor se acerca cada año y en la fecha de mi muerte, a la orilla de la playa y deja una rosa blanca. Mi favorita. En la piedra donde siempre nos sentábamos para ver el atardecer. Donde está grabado nuestro amor. Se sienta en ella, mira el mar y se echa a llorar. Aún observo cómo cada mañana de aquella fecha que prefiero no recordar, mi familia, mi novio y mis amigos, vuelven a aquella estación, esperando que regrese a casa. Los observo, sonrío dulcemente y les lanzo un beso. Entre el cielo nublado, un rayo de sol se abre paso.

      Alzo mis alas. Y me elevo al cielo, sabiendo que algún día, se reunirán conmigo...

     Por Judika, para el Blog de Sergito