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16 Feb

ENTRE EL ORO Y LA MUERTE - Escena 5

Publicado por Sergito  - Etiquetas:  #Historia: "Entre el oro y la muerte"

  
      Las llamas del fuego se extinguían lentamente, anunciando el final de su despedida con los Lakotas. Todos los indios se recogieron a sus tipis para dormir. Bajo el consentimiento de sus padres, Aiyana se quedó con Sergio, a quien le encargaron la responsabilidad de cuidarla. Cuando se quedaron completamente solos junto a las cenizas, Flor Eterna se levantó, sin desprenderse de su manta que la rodeaba para protegerse del frio:

-  Vente conmigo. Quiero llevarte a un lugar especial.

   Sergio se objetó, no quería correr riesgos innecesarios, pero  la  insistencia de la muchacha y lo mucho que significaba para ella aquel sitio, terminó convenciéndolo sin estar completamente seguro. Pasó antes por la tipi para coger su revólver. Si se alejaban demasiado del campamento, tenía que ir preparado para poder protegerla de cualquier peligro que pudiese aparecer en medio de la noche.

   Partieron hacia los montes que los separaban unas 3 millas, siguiendo la misma dirección que orientaba a la luna. El camino por la desértica llanura se hacía largo, y el frio penetraba en las mantas hechas de piel de búfalo que les cubrían desde los pies hasta el cuello. Conforme se aproximaban, la vegetación cobraba mayor presencia, los árboles y matorrales crecían en conjunto, y el ruido de los grillos los acompañaban en la excursión. Aunque solo tenían la luz de la luna para ver y esquivar los pequeños obstáculos del terreno, ya podían apreciar la entrada al bosque que rodeaba el perímetro de las montañas hasta la cima. Sergio miró hasta lo que sus ojos le permitían ver de la altura de aquellos montes, que se perdían hacia el cielo en un infinito plagado de estrellas relucientes como si las vigilaran. Vaciló si continuar, no comprendía qué podía tener de especial subir una de esas montañas, pero veía a Aiyana tan contenta e ilusionada, que le resultaba imposible negarse a continuar.

-  Sígueme, conozco un camino sencillo para llegar hasta la cima. – Animó Flor Eterna.

   Sergio seguía sus mismos pasos guiados por el crujir de las pisadas. Las ramas y las hojas de los árboles asediaban el acceso al alba de la luna, que hasta el momento de empezar a subir, le ayudaba a ver un poco. Se notaba que Aiyana había subido cientos de veces y no echaba de menos ni un ápice de luz. Ella trataba de guiarle para que no tropezase con ningún elemento que se interpusiese.

   Cuando llevaban escalada la mitad de la montaña, un sonido continuo crecía conforme avanzaban. A Sergio le llamó la atención, pues aunque cobraba bastante intensidad, le transmitía placidez. Los pasos de Aiyana ya no lograba distinguirlos, ahora solo podía escuchar el sonido del agua, lo que le preocupó para poder seguirla. Pero ella intervino en ese momento:

-  Dame la mano, tenemos que desviarnos por otro camino.

   Giraron hacia la derecha y siguieron hasta llegar a un estrecho camino de tierra cubierto de inmensos arbustos que seguía el contorno de la montaña en su ascenso. Finalmente, alcanzaron la cima por el otro lado de la montaña, la luna volvió a aparecer de entre los árboles, mostrando unas increíbles vistas de cataratas que descendían desde todas las montañas hasta el rio que pasaba cerca del campamento Lakota.

-  ¡Aquí! ¡Corre! – Señaló Aiyana.

   Se refugiaron en un pequeño recoveco en la roca de la montaña, para que no les alcanzara el agua que salpicaba una de las cataratas que tenían a escasos metros. Se arroparon de nuevo con sus mantas y se sentaron sobre las piernas cruzadas, mirando hacia el frente, hacia donde volvía a estar la luna después de haber desaparecido.

-  Este sitio es fantástico. – Comentó Sergio.

-  Me alegra de que te guste. Muchas veces vengo aquí. Sobre todo cuando estoy triste.

-  Vaya, nunca me lo habías dicho.

-  Si, y ahora estoy triste, porque mañana cuando salga el sol, ya no estarás.

-  Lo siento mucho Aiyana. No puedo quedarme para siempre. Tengo que seguir haciendo mi vida. Pero vendré alguna vez.

-  Ojalá fuese así. Aunque me temo que no estaremos aquí por mucho tiempo. – Lamentó con tristeza Aiyana.

-  ¿Por qué dices eso?

-  El hombre blanco nos obliga a renunciar a nuestra forma de vida. No quieren entender que no queremos ser como ellos. Queremos vivir en paz y tranquilidad. El gobierno gringo nos promete cosas, a cambio de que les entreguemos nuestras tierras, después rompen su palabra. Nuestro jefe  Nube Roja, tocó la pluma como prueba de conformidad a las promesas que los gringos le hicieron, pero después no lo cumplieron. Se lo llevaron hace unos meses, junto a muchos otros Lakotas, a la reserva que tienen en Pine Ridge. Cualquier día nos tocará a nosotros.

-  Tenéis que resistir como sea. – Propuso Sergio.

-  Es imposible. Por mucho que se oponga Toro Sentado. Las tierras nos la quitarán aunque no queramos negociar. Dentro de poco llegarán las nevadas. No podremos emigrar a donde queramos para resguardarnos de la nieve. Porque el hombre blanco se lo está quedando todo.

-  Me avergüenza ser hombre blanco… - Maldijo Sergio.

-  El color no lo elegimos. Pero el corazón si, y eso es más importante. – Le consoló Aiyana.

-  Tienes razón, pero esto es injusto. Y todo por dinero y poder.

-  ¿Sabes por qué te he traído también aquí?

-  ¿Por qué?

-  Puede que un día el ferrocarril atraviese estas montañas. Ya no será lo mismo que antes. No quería que te lo perdieras tal como nos lo ha dado la naturaleza.

      Sergio se quedó callado, impotente, sin saber qué hacer. Pero él no podía hacer nada para impedirlo. Tenía que aceptarlo, no le quedaba más remedio.

-    Perdona si te he contado todo esto. No lo he hecho con ninguna maldad para que no te fueras, solo quería explicarte cómo está la situación con los gringos. Y si te vas, es seguro que jamás volvamos a vernos. Porque no sé a dónde nos llevarán. Y me pone muy triste porque no he conocido a ningún hombre blanco que valore primero el respeto antes que el egoísmo. - Aiyana no pudo evitar las lágrimas y rompió a llorar. Sergio la rodeó por la espalda y le cogió de la mano hasta que se tranquilizó. – Lo siento, ya he hablado. - Añadió. 

-  Aiyana. Te prometo que nos volveremos a ver. – Respondió mirándola fijamente a los ojos.

-  Pilámayaye. – Y sonrió como nunca.

Tras ese momento, Sergio se despertó.
 


armas

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Acerca del blog

Entrar en mi Blog, es como encontrar cada noche y en el mismo rincón de un callejón sin salida, un baúl lleno de historias y pensamientos de un desconocido. Si lo abres con frecuencia, llegarás a conocerlo a través de sus palabras.