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25 Feb

ENTRE EL ORO Y LA MUERTE - Escena 9

Publicado por Sergito  - Etiquetas:  #Historia: "Entre el oro y la muerte"

 

armas


    
  Sergio llegó a Deadwood a media tarde. El número de personas que paseaban por la calle principal era abrumador. La mayoría eran colonos que llegaban desde otros lugares y países en busca de riqueza. Deadwood era una ciudad que se caracterizaba por la gran cantidad de oro que se podía encontrar en las montañas de Black Hills, nombre que hacía referencia a la oscura apariencia de sus cumbres redondeadas debido a su pendiente cubierta de árboles que se visualizaba a la distancia.

      Paseó a caballo desde la entrada de la ciudad hasta el final de la misma para ir conociendo los establecimientos y tiendas que tenía. Se llevó una sorpresa cuando encontró varios burdeles y casas de citas a lo largo de toda la calle principal. No contó con esa posibilidad. Pensó en Judith y le asaltó la duda de en cuál de ellos se encontraría. Tenía que averiguarlo o no podrían seguir con el plan que tenían acordado.

      Tratando de estar alejado de la aglomeración, paró frente a un modesto saloon que había escondido en una pequeña bocacalle al final de la ciudad. Ató la rienda de su caballo a un viejo tronco que hacía de valla para dejar a los caballos. Dentro del pequeño saloon reinaba la tranquilidad. Solo había un par de hombres sentados en una mesa tomándose unas cervezas. Por la indumentaria que llevaban, dedujo que se trataban de mineros que iban a buscar oro en Black Hills. El dueño del bar, estaba tras la barra secando los vasos con un trapo sucio:

-    ¡Vaya! Otro buscador de oro. – Comentó al verlo entrar.

-    No busco oro. Soy caza recompensas. – Rectificó Sergio.

-    No tenemos bastante con los buscadores de oro que ahora solo nos faltaba tener también caza recompensas en Deadwood. ¿Se puede saber lo que buscas? – Preguntó cambiando repentinamente de humor.

-    De comer y beber.

      El camarero se fue a la cocina para sacar algo de comida, repitiendo de mala gana la contestación de Sergio. Los dos mineros no pudieron evitar cotillear su recibimiento. Sergio buscó un cigarrillo de debajo del poncho. A la vez que lo encendía, miró de reojo a los dos individuos que al momento volvieron la vista hacia sus jarras de cerveza por miedo a que se sintiera intimidado. Se sentó en una mesa que había apartada junto a la pared mientras esperaba a que el camarero le trajera algo para saciar el apetito tras el largo viaje:

-    Con la cantidad de oro que hay en Black Hills, no sé cómo puedes estar todavía jugándote el pellejo para ganarte la vida. – Dijo el camarero en cuanto apareció con la comida y la botella de whisky.

-    Black Hills es propiedad de los amerindios. No soy quien para apoderarme del oro que no me pertenece.

-    Eso dentro de poco se terminará. ¿Para qué esperar mientras tanto?

-    Si, terminará. Por desgracia… - Añadió antes de empezar a comerse el guiso de verduras con patatas.

-    Entonces poco tienes que hacer aquí.

-    Busco a una mujer. Llegó esta mañana a la ciudad.

-    Todos los días llegan nuevos viajeros. En el caso de las mujeres, la mayoría se ven obligadas a  prostituirse. Así que ya sabes dónde tienes que buscar.

-    Vaya problema. – Comentó sin expresión.

 

Pulsa reproducir para continuar la escena con música ambiental


      De pronto, un hombre irrumpió con prisas dentro del bar, avisó de que había una pelea en la calle principal, y que no saliera nadie a la calle para no correr peligro. Sergio se levantó dejándose el plato a medias, y fue hacia la puerta para ver lo que estaba sucediendo:

-    ¿A dónde vas? – Saltó el camarero.

-    A echar un vistazo.

-    ¡Estás loco! – juzgó asombrado.

  

      Salió a la calle y caminó hasta la esquina que enlazaba con la calle principal. La calle se había quedado completamente despejada. Solo había pequeños grupos de curiosos escondidos tras las columnas de madera que tenían las fachadas de los edificios. El resto contemplaban el enfrentamiento desde las puertas y ventanas de todos los locales. A bastantes metros de donde se situó para ver la escena, había dos personas que discutían en la distancia. El que le pillaba de frente, era un hombre de aspecto sucio y descuidado. Portaba dos cinturones de balas cruzados a cada hombro, llevaba un sombrero de charro de ala pequeña. El tipo que estaba de espaldas, tenía un poncho de colores y un sombrero de charro pero de ala mayor. Se le podía apreciar una melena rubia a media espalda. Pensó lo peor, y cuando escuchó su acento mexicano, se confirmaron sus sospechas. El oponente era una mujer:

 

-    ¡Chale! Te repito que yo no empecé la pelea. – Dijo Paula.

-    ¡Me da igual! He venido hasta Deadwood para buscarte y vengar la muerte de Andy. Ahora no voy a entrar en razones. – Argumentó Mathew.

-    ¿Qué se supone que tenía que hacer? ¿Dejarme matar?

-    Si no hubieses entrado con tu maldito pollo en un sitio prohibido para mujeres, nada de eso habría pasado.

-    ¡Respeta a Juárez! – Ordenó Paula.

-    De acuerdo, pero antes veremos si eres tan rápida disparando contra alguien sobrio.


     
Mathew sentenció la discusión para dar paso al duelo contra Paula, que no le quedó más remedio que resolver el enfrentamiento por las malas si quería salir de ésta. Apartó de la zona de tiro a su caballo, donde también transportaba a Juárez metido en una bolsa enganchada a la montura. Sin quitarle ojo a Mathew, tomó de nuevo su posición y volvió su poncho hacia atrás para que no le estorbara en el momento de desenfundar su arma.

      El aullido del viento cobró protagonismo, provocando más espera entre todos los presentes. Sergio no apostaba por ninguno porque no los conocía. Se limitó a observarles mientras se fumaba su cigarrillo.

      Paula miraba a los ojos de Mathew, que transmitían rabia y deseos de venganza. En cambio ella permanecía inexpresiva, concentrada en vigilar el más leve movimiento de su oponente. Los dedos de Mathew se movían tan despacio que nadie lo notaba, excepto Paula, que a pesar de los veinte metros que los separaban, volcaba al máximo todo lo que su vista le permitía ver a través del leve polvo que el viento levantaba. Mathew se mojó los labios, el mentón le temblaba por las ansias que tenía de mandarla al infierno.

      Cuando el viento dejó de soplar y el polvo desapareció, Mathew cogió con firmeza y rapidez la culata del revólver. Paula reaccionó lo más rápido que pudo y agarró su Cattleman. Mathew ya lo tenía completamente fuera de la cartuchera. En cuanto Paula desenfundó, apuntó sin perder décimas de segundos en precisar la puntería, y disparó. Se escucharon dos disparos seguidos. El primero alcanzó a Mathew en el pecho. El segundo, que salió del revólver de Mathew, se perdió tras desestabilizarlo por el fuerte dolor que sintió al recibir el impacto de la bala. Mathew calló muerto al suelo:

-    Bravo pequeña. – Se dijo Sergio.


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Acerca del blog

Entrar en mi Blog, es como encontrar cada noche y en el mismo rincón de un callejón sin salida, un baúl lleno de historias y pensamientos de un desconocido. Si lo abres con frecuencia, llegarás a conocerlo a través de sus palabras.